HISTORIAS DE MUJERES - PARTE 3

HISTORIAS DE MUJERES (Rosa Montero) Resumen de la Introducci贸n, parte 3

"El recuerdo que tenemos de las mujeres y de sus actos est谩 a menudo te帽ido por los valores sexistas. Por ejemplo: no nos hemos olvidado de Mesalina, esposa del emperador romano Claudio I, porque ha pasado a la historia convertida en el s铆mbolo de la mujer infiel y ninf贸mana. O bien Catalina la Grande, la famosa emperatriz de

Rusia, de quien se recuerda, sobre todo, que era una se帽ora de armas tomar y que ten铆a muchos amantes. Y sin embargo esta mujer, que llev贸 las riendas del imperio desde 1762 a 1796, fue uno de los grandes soberanos del absolutismo ilustrado. Reform贸 la administraci贸n del Estado ruso, hizo el primer compendio legislativo, protegi贸 las artes y las letras, mantuvo una intensa correspondencia con Voltaire (...) Adem谩s tuvo amantes, s铆, como la inmensa mayor铆a de los soberanos varones de todos los tiempos, pero, a diferencia de muchos de estos reyes y emperadores, ella s铆 supo mantener a sus amantes en el terreno puramente 铆ntimo, sin dejarse influir pol铆ticamente por ellos.
Con todo, en cuanto que una se asoma a la trastienda de la historia se encuentra con mujeres sorprendentes: aparecen bajo la mon贸tona imagen tradicional de la domesticidad femenina de la misma manera que el buceador vislumbra las riquezas submarinas (un paisaje inesperado de peces y corales) bajo las aguas quietas de un mar c谩lido. Hembras guerreras como Mar铆a P茅rez que combati贸 vestida de hombre contra los musulmanes y los aragoneses, ret贸 en duelo al rey de Arag贸n Alfonso I El Batallador, a quien venci贸 y desarm贸. Cuando se descubri贸 que era mujer fue bautizada como LA VARONA.
O como la fascinante Mary Read, Juana de Arco, o Louise Br茅ville que se hizo pasar por hombre y se enrol贸 como marino y lleg贸 a tener el mando de una fragata de combate.
La famosa soci贸loga y pensadora gallega Concepci贸n Arenal tuvo que disfrazarse de hombre para poder asistir a las clases de Derecho, y Henrjetta Faber lo hizo para ejercer de doctor en La Habana.
(...)
El convento fue a menudo una obligaci贸n social, un encierro y un castigo, pero para muchas mujeres fue tambi茅n aquel lugar en el que se pod铆a ser independiente de la tutela varonil, y leer, y escribir, y asumir responsabilidades, y tener poder, y desarrollar, en fin, una carrera. Ha habido monjas maravillosas por su nivel intelectual o su capacidad art铆stica, como santa Teresa, sor Juana In茅s de la cruz o HERRAD DE LANDSBERG, abadesa de Hohenburg, que en el siglo XII hizo la primera enciclopedia de la historia confeccionada por una mujer (el hecho de que pudiera plantearse una obra tan ambiciosa da una medida del ancho mundo que el convento abr铆a a las se帽oras), titulada "Jard铆n de las Delicias", bell铆simamente ilustrada y destinada a la formaci贸n de sus religiosas.
Otras monjas fueron apasionadas y carnales, como sor Mariana Alcoforado, una religiosa portuguesa del siglo XVII que tuvo la mala suerte (o quiz谩 la buena) de enamorarse de un conde franc茅s al que dirigi贸 unas bellas y febriles cartas que 茅ste tuvo la desfachatez de publicar en Par铆s en 1669, claro que gracias a eso se conservan." Rosa Montero

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