HISTORIAS DE MUJERES

HISTORIAS DE MUJERES (Rosa Montero) Resumen de la introducción (PARTE 1):

"Desde hace un par de siglos, los humanos hemos empezado a cuestionarnos por qué las sociedades diferenciaban de tal modo a hombres y mujeres en cuanto a jerarquía y funciones. Alguna hembra especialmente intrépida ya se había planteado esas preguntas antes, como, por ejemplo, la francesa Christine de Pisan, que escribió en

1405 "La ciudad de las Damas"; pero tuvieron que llegar el positivismo y la muerte definitiva de los dioses para que los habitantes del mundo occidental desdeñaran la inmutabilidad del orden natural (...)

Hablan de una primera etapa de matriarcado en la humanidad. De grandes diosas omnipotentes, como la Diosa Blanca mediterránea, las venus de la fertilidad y las fuertes diosas de piedra del neolítico.
Engels sostenía que la supeditación de la mujer se originó al mismo tiempo que la propiedad privada y la familia, cuando los humanos dejaron de ser nómadas y se asentaron en poblados de agricultores; el hombre, dice Engels, necesita asegurarse unos hijos propios a los que pasar sus posesiones, y de ahí que controlara a la mujer. A mí se me ocurre que tal vez el don procreador de las hembras asustara demasiado a los varones, sobre todo cuando se convirtieron en campesinos. Antes, en la vida errante y cazadora, el valor de ambos sexos estaba claramente establecido: ellas parían, amamantaban, criaban; ellos cazaban, defendían. Funciones intercambiables en su valor, fundamentales. Pero después, en la vida agrícola, las mujeres podían cuidar de la tierra igual que ellos, o quizá, desde un punto de vista mágico, aún mejor, porque la fertilidad era su reino, su dominio. Sí, resulta razonable pensar que debían de verlas demasiado poderosas. Tal vez el afán masculino de control haya nacido de este miedo y de la ventaja de ser más fuertes físicamente.

El hecho, en fin, es que las mujeres han sido ciudadanos de segunda clase durante milenios. El infanticidio por sexo ha sido una práctica extendidísima y habitual en toda la historia, desde los romanos a los chinos o los egipcios, y aún hoy se practica más o menos abiertamente en muchos países del llamado Tercer Mundo. Tendemos a creer que la sociedad que hoy vivimos es en todo mejor que la de ayer pero peor que la de mañana, como si las cosas se arreglaran inexorablemente con el tiempo, falsedad por otra parte tan obvia que no merece la pena discutirla.

En ocasiones el nivel de represión ha alcanzado cotas aterradoras, como en las cazas de brujas de los siglos XV y principios del XVI, que tal vez fueran una respuesta a la efervescencia humanista y liberal del Renacimiento. El 85% de los reos abrasados vivos por brujería eran mujeres de todas las edades, incluso niñas. En Toulouse, cuatrocientas mujeres fueron llevadas a la pira en un solo día. Hay autores que hablan de millones de muertes. Se las condenaba y quemaba con acusaciones a veces delirantes (tener relaciones con el diablo, beberse la sangre de los niños), pero también por los pecados de administrar anticonceptivos a las mujeres, hacer abortos o dar drogas contra el dolor del parto. Esto es, por mostrar un control sobre sus vidas, conocimientos médicos que les estaban prohibidos y cierta independencia.
Fue con la revolución francesa y sus ideales de justicia y fraternidad cuando un puñado de hombres y mujeres empezaron a comprender que la igualdad era para todos los individuos o no lo era para nadie.
Pero ese ensueño de justicia y libertad duró muy poco: con la llegada del Terror se volvió a meter a la mujer en casa.
Unas décadas después, a mediados del siglo XIX, se creó "La cuestión de la mujer", es decir, la mujer fue entendida por primera vez como un problema social. Esto fue resultado de la revolución industrial, que había acabado con la vida tradicional familiar. Las amas de casa hacían conservas, salaban pescados, confeccionaban la ropa de la familia, cuidaban de la huerta y de los animales, fabricaban jabón, velas, zapatos, conocían las hierbas medicinales y cuidaban de la salud de toda la familia. Eran personajes activos e importantes dentro del entorno doméstico. La revolución industrial, sin embargo, fue quitándoles poco a poco todas sus atribuciones, la mujer se quedó sin un lugar propio en el mundo.
se vivía además el auge del positivismo, del cientificismo. Dios agonizaba, el orden inmutable y natural ya no se aceptaba como una respuesta absoluta a los enigmas, había que definir de nuevo el universo entero. La mujer era una incógnita más de la existencia, un misterio que había que desvelar en términos científicos. En esos finales del siglo XIX, los humanos llegaron a creer que podrían ordenar e iluminar todas las tinieblas de la realidad a través de la palabra definitoria del sabio, de la clasificación del erudito. Y entonces Darwin dijo: "Se admite generalmente que en la mujer los poderes de la intuición, la percepción y quizá la imitación son más señalados que en el hombre, pero algunas de estas facultades, al menos, son características de las razas inferiores, y, por consiguiente, de un estado de civilización pasado y menos desarrollado."
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Rosa Montero "HISTORIAS DE MUJERES", resumen de la INTRODUCCIÓN (parte 1)
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