Sept y Octubre

Ayer, día de los muertos, llegué a la ciudad de los zombies. Tras casi cuatro meses en el paraíso esperaba experimentar algún tipo de insoportable contraste. Pero no hubo poesía maldita ni nostalgia en mi vuelta al asfalto, sólo la confirmación, un año más más, de que todo cambia constantemente para volver siempre al mismo punto del cual realmente no te has movido tanto como crees.
Si ha habido cambios, allí se quedan, como los gaticos del faro que fuimos a esterilizar gracias a la asociación CUATRO GATOS CARTAGENA y que pasarán así un invierno mucho menos tormentoso.
También se queda la posidonia empapada y desperdigada tras la tremendísima y maravillosa tormenta con la que acurruqué mis deseos de que no se calara ninguna criatura abandonada o encerrada en cualquier hueco a la intemperie. Se queda alguna huella en la arena de Kuko extasiado en carreras, tras metas que no me puede explicar. Se queda la sal que ha curado todas las heridas que no me he dejado hacer precisamente por estar en el lugar que previene casi todos los males. El mar. Allí se queda todo, donde tiene que estar. Yo vuelvo vacía, tal vez porque no necesito apoderarme de lo que sé que siempre va a estar ahí cada vez que lo necesite.

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