AURA

Había sido el invierno más duro de todo el suministro de realidades hasta la fecha.
 Aunque compartiera raíces con otros tantos solo se parecía a los ya superados en la autenticidad con la que disimuló la dureza.

Simular puede ser auténtico. Es más real que arrastrarte ante quienes no sienten más allá de un interesado momentazo empático, aquellos momentos fake usados para reafirmar lo buena gente que queremos parecer.

Por eso ella no entendía cuando su mejor amiga se arrastraba  exhibiendo con constancia un lote de tristes dilemas cada fin de semana, hasta que la tercera copa la sacaba a bailar y por fin callaba.

Después de innumerables sesiones de terapia en entrada y cierre de cada local, ya fuera luminosa pista o un oscuro antro, tras mil noches de ofrecer el hombro hasta dislocárselo, hartísima de no librar ni un día como animadora incondicional, asumidas todas las lecciones del máster en paciencia, le soltó en un último intento despertador: ¿Quieres mi sentido práctico con el cariño que da el humor y la alegría?, ¿o sólo quieres demostrar lo infeliz que llegas a ser para demostrarnos una sensibilidad especial?

Y la amistad se rompió al brindar esa noche. Las sentencias resultaron ser más significativas que la propia relación. Al menos aprendió que esa era una de las claves de las Relaciones Tristes: cualquier frase atrevida, cualquier expresión adelantada a su típico contexto, puede aniquilar nada menos que un cuarto de siglo de amistad.

Aura quería ser madre, tenía tres décadas y todos los fracasos que en éstas caben. Su mayor deseo era parir otro ser humano al que amar como nadie la quiso a ella. Además no quería hacerlo sola, quería implicar a un tercero, con pene a poder ser.
Su amiga se esforzó desde la infancia en mostrarle lo fantástica que era sin necesidad de analizar razones del porqué la abandonaban. Hacerle entender lo insano que era escudriñar las motivaciones ajenas quitándole atención a las propias.
Se reía mucho cuando era cariñosamente acusada de estar demasiado ocupada investigando si gustaba o no a los demás como para saber si esos chicos en cuestión le gustaban a ella, "¿tú te das cuenta que ni siquiera te planteas si te gustan?, que son más feos que Pisssio, ¿te das cuenta que te obsesionas porque te rechazan? ¿No te das cuenta que con ese culo podrías tener a quien quisieras si te cuidaras también un poquito la cabeza?
La cerveza, los conciertos y los piropos nocturnos lograban completar el parche a su autoestima, que acabó despegado con aquella pregunta que sobresaltó también los parches anteriores: ¿Quieres ser únicamente alguien con sensibilidad que llora la poca sensibilidad del ligue de turno? 

Al poco de aquella ruptura se presentó lo devastador. 
Ahora era la amiga invencible quien, sumida en unas circunstancias brutales, necesitaba el apoyo de la amiga abandonada.
Pero no la intentó recuperar, ni buscó a nadie que no supiera existir. Era ella misma la que se sentía destrozada y por lo tanto aún viva, era sólo en su piel donde podía localizar, con infame esfuerzo, un refugio. 

Lo encontró, y allí dentro de sí se curó, ayudó a su padre, a su hermano, a todo aquel que la necesitara. Demasiadas veces la necesitaban de forma encubierta, que es la forma más sutil de que no se note que te necesitan.

Estalló el verano dieciséis y la alegría. Estalló su fortaleza y predisposición a nacer por días; tras haber superado un invierno que no detallaría a nadie se quería aún más que antes, huiría de las tristezas batiendo récord en temible velocidad.



Se cruzó con ÉL nada más llegar al sitio de siempre, ambos siempre estuvieron allí sin reconocerse.
El verano estalló a finales de mayo.
Vaya, esto comienza bastante bien, no hace falta tanta gente, este espejismo es suficiente.
Ella se fijó en su seriedad, fue una estupidez interpretar que eso era garantía de "algo serio". Pues tan serio resultó el menda que no se fijó ni en su alegre culo.
Apenas unos días después, él la localizó de forma enredada y casual, empezarían a cruzar palabras en cada encuentro, a diario, durante meses. 
Se pondrían nerviosos, o desconfiados o poco motivados, o demasiado excitados.
Era como describir en una hoja en blanco después de haber acabado un libro agotador. Unas veces daban ganas de arriesgar, otras de buscar la papelera más cercana. Todo ello sin saber del otro, excepto una seriedad que hacía de la hoja blanca, además,  plastificada.

Ella no sabía cómo continuar el relato, porque se ha acostumbrado a moverse tal como escribe; sin principios ni finales, con la única ruta de huir de todo lo que no sugiera una resistente hipersensibilidad.
Ella no sabe cómo interesarse por el otro, porque se ha acostumbrado a sentir tal como te adentras en una película de autor; esperando interesantes posibilidades sin necesidad de forzar el fotograma.

Aunque no se conocen, 
las recuperadas ganas de vibrar de ella y de autoconcederse lo que llevaba mucho esperando, hace desearlo como hacía tiempo no deseaba a nadie. 
Podría enamorarse, el marco  tiene el calor y tono idóneo. 

Pero no se conocerán jamás.

Seguirán solitarios durante años, saludándose a diario con una incredulidad que ganará en incomodidad.
Ella siguió deseándolo durante un lustro, fue capaz de no dar ningún paso provocador. Él se fijó al final en su culo, pero no supo su timidez y seriedad recular.
Ninguno hizo nada.
Cada uno tenía sus razones. 

A ella no le interesaban las razones de él, era férrea a no hacerle analíticas al rechazo. Lo útil era centrarse en las razones propias, qué le llevaba a sentir interés, deseo, o deshacerse de él. 
Era algo muy simple. 
Sintió deseo alentada por su innata alegría tan magistralmente recuperada tras lo devastador, perdió el deseo cuando sospechó que la de él seguía secuestrada detrás de algún suceso también desastroso.

Si en las más duraderas amistades se había visto obligada a poner límites a las lentas pero arrasadoras corrientes de la tristeza, con un tipo del que apenas conocía nada no haría especial concesión. 

Tal vez fuera una manera de seguir queriendo con locura, en la distancia, a su amiga Aura; para cuya enfermedad mental, para cuya tristeza inapelable, para ese cáncer, no se había comercializado engaño curativo. 
En una no resentida carta agradece a Aura haberle enseñado que no era una salvadora por mucho amor, tiempo y comprensión que ofreciese. 

La respuesta fueron lágrimas. 

Al menos eran nuevas, frescas. 
Facilitaban otra renovada distancia, distancia con la que convertir lo inmanejable en otro cuento.








Raquel Bermúdez González.
LaRakela.com



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